Teléfono sonando

Por fin me decidí a llamar. Iba por la calle y me dije: "Ahora o nunca". Cogí el móvil, busqué su teléfono y marqué.
Después de tres tonos:
- ¿Si?
- ¡Hola, J!
- ¡Ah! ¡Hola! Dime
- Que soy L
- Ya, ya, ¿qué tal?
- Pues bien, ¿y tú?

Hablamos unos dos minutos. Le dije que lo sentía, que estaba con él y que pasaba por la puerta de su casa dos veces al día, así que si necesitaba algo no dudase en pedirlo. Me dio las gracias unas cuantas veces, me preguntó por mi vida y nos despedimos con un "a ver si nos vemos".
Espero que entendiese mis palabras con toda la sinceridad con que las decía y no como un mero trámite para guardar las apariencias.
La cuestión es que esa llamada destapó la caja de un montón de recuerdos. De un montón de buenos momentos compartidos juntos, con nuestros amigos y amigas, de las tardes de bolera, los partidos del Madrid, la fiesta en Cibeles con la última Liga, el volleyball en el instituto...
No pude dejar de lamentarme porque todos decidiesen como debía ser nuestra amistad después de todo lo que pasó menos nosotros.
Supongo que palos como estos son los que te hacen madurar, darte cuenta de con quién puedes contar y con quién no y pensar en como sería tu vida si aquello no hubiera pasado.
Creo que es mejor no pensar en lo que pudo haber pasado y no pasó. Así está todo bien.
Llegué a mi casa, cerré la caja de los recuerdos y la guardé en un cajón. Seguramente no para siempre.