¡Arriba, parias de la tierra!

Ayer me desvelé acabando de leer "La voz dormida". Necesitaba llegar al final. Necesitaba saber qué pasaba. Necesitaba descubrir si Tomasa, Sole, Reme, Elvira, Pepita, Tensi y compañía corrían la misma mala suerte que las Trece Rosas.
Además, cada línea me arrastraba a leer la siguiente. "Un capítulo más", me decía. Y así hasta que acabé.
A ratos sonreía, a ratos lloraba, a ratos pensaba en lo injusta que es la vida y la guerra, a ratos enviada el coraje de esas mujeres que defendieron sus ideas hasta el final.
Y me acordé de todos y cada uno de los personajes del libro. Y de Julia Conesa, de Blanca Brissac, su marido y su hijo Quique, de Carmen, de Virtudes, de las Trece Rosas. Y de Rosario la Dinamitera. Y de Miguel Hernández y sus poemas. "Tristes guerras si no es amor la empresa, tristesm tristes" y de que "La libertad es algo que solo en tus entrañas bate como relámpago" y de tantos otros versos, de tantas otras ideas, de tantos otros sueños...
Y tuve la tentación de volver a empezar a leerlo, de levantarme y coger de la estantería el ejemplar de las Trece Rosas Rojas que Irene me regaló el día del Libro. O de agarrar la Antología Poética de Miguel Hernández y leer El niño yuntero, Vientos del Pueblo, Andaluces de Jaén y tantos otros.
Al final preferí quedarme con el buen sabor de boca de "La voz dormida". Cerraba el libro sabiendo que no será la última vez que lo cierre. Que igual que no me canso de leer a Miguel Hernández tampoco me cansaré de leer a Dulce Chacón y su Voz Dormida.

"El tiempo es también la duración del silencio"

"Un minuto más para que Jaime pueda besarla.

Para sentir en su boca las algas de un mar de un minuto.

Un minuto"

Dulce Chacón en La voz Dormida.